La visita
Garoza es el resultado de un íntimo y profundo diálogo entre Agustín Ibarrola y los granitos que afloran por doquier en la dehesa, con las encinas que conforman el bosque e incluso con la memoria de pobladores pasados de esta tierra que también dejaron su huella en la piedra. La obra aborda un tratamiento integral del paisaje.
Es un ejercicio sobre las formas de las piedras. El propio autor nos lo explica, «las piedras tienen formas; las formas sugieren siempre un tratamiento geométrico, el tratamiento que la puedes dar por sus huecos, por sus volúmenes, por sus planos… son piedras rotas, abiertas. No se pueden ver de un solo vistazo».
Por tanto las piedras hay que verlas desde distinto puntos de vista, no tienen una única perspectiva. En palabras de Ibarrola:
«Las piedras tienen concavidades y convexidades, huecos y volúmenes. Yo puedo trazar una línea recta situándome frontalmente a estos huecos y volúmenes, pero en el momento que me desplazo medio metro han dejado de existir las líneas rectas y se han convertido en líneas curvas y hay que jugar con todas la posibilidades expresivas.
«Hay partes de la roca que no he pintado». ¿Qué ha ocurrido con esto?, «la roca tiene piel aparte de curvas, huecos y volúmenes. Tiene piel como todas las cosas de esta tierra; el mundo tiene sus superficies que son diversas en sus texturas… la parte no pintada está estructurada geométricamente. No de acuerdo con la geometría tradicional, sino con la geometría moderna que hace que una cosa pueda estar detrás y delante al mismo tiempo».